aspira borrar las huellas de los muertos, la
necrofratría subraya la importancia del trato
con respeto y dignidad, con narrativas, actos y
prácticas que redimensionen la humanidad
doliente, empática y némica (transgeracional)
en todos los implicados, además que fomenten
la cohesión social y creen una comunidad que
no se limita a los vivos. Por lo tanto, es
necesario considerar, imaginar, que la
construcción de una paz no puede plantearse
sin reconocer, primero, la paz de los muertos, el
descanso de los cadáveres bajo la vigilia de
quienes les sobreviven: un nosotros que
trasciende los lazos consanguíneos.
[53]
Como se ve, esta fraternidad existencial y
necrohistórica establece una conexión entre
vivos y muertos (sostenida en los acervos
funerarios de las comunidades), misma que no
se interrumpe con el cese de la vida singular. No
obstante, adviértase que la necrofratría destaca
la relación mundana de los muertos, la cual
incluye su presencia material, corpocéntrica.
En el contexto contemporáneo, donde la
producción masiva y la exposición constante de
[53] La muerte se manifiesta de formas diversas según la posición del sujeto frente a ella. A decir de Ferrater Mora, es
posible distinguir tres perspectivas que evidencian su impacto ontológico y existencial: la muerte en primera, segunda y
tercera persona. Cada una estructura una relación particular con la finitud y la continuidad de la experiencia. La muerte
en primera persona es inexperimentable: “la muerte es lo único que no puede ser vivido, pues constituye el fin mismo de
toda experiencia” José Ferrater Mora, El sentido de la muerte (Buenos Aires: Editorial del Sur, 1947), 256. Se presenta
como un límite absoluto, siempre anticipado, pero jamás vivido. No obstante, su certeza configura la existencia,
otorgándole un marco finito que, en algunos casos, le confiere coherencia última. En segunda persona, a quienes
conocemos -nuestros consanguíneos y seres queridos- la muerte se convierte en pérdida. No solo desaparece el otro,
también se desestabiliza la identidad del sobreviviente: “El fallecimiento de un ser querido arrastra consigo no solo la
desaparición de una persona, sino también una parte de la identidad de quien sobrevive,” Ferrater Mora, El sentido de la
muerte. Finalmente, en tercera persona, la muerte adquiere una dimensión distante o abstracta: “la muerte de
desconocidos, por ejemplo, puede presentarse de manera estadística, mediada por la información o las imágenes de la
guerra,” Ferrater Mora, El sentido de la muerte. En estos casos, se despersonaliza, perdiendo su impacto inmediato. Sin
embargo, en ciertos contextos, como en la violencia extrema, la muerte anónima se convierte en un problema ético y
político, ya que el anonimato impide la incorporación del muerto en una comunidad de vivencia del duelo. Aquí es
donde la necrofratría opera de manera más evidente. Desde estas tres perspectivas, la muerte no solo transforma la
existencia individual, antes bien altera las estructuras afectivas y colectivas que sostienen el mundo en su relación,
movimiento, temporalidad, materialidad y cambio.
cadáveres configuran un horizonte persistente,
el cadáver, desborda la noción de un resto inerte
y se redimensiona en un umbral ontológico
donde lo vivo y lo inanimado convergen en una
tensión irreductible. Lejos de quedar
circunscrito a una materialidad pasiva, se
presenta como “(f)actor”: punto de articulación
y controversia reflexiva entre presencia y
ausencia, dominación y resistencia,
materialidad y sentido. Su existencia resiste la
reducción a evidencia forense o a un resto de lo
viviente, pues forma parte de ensamblajes que
lo entrelazan con dimensiones ecológicas,
políticas, económicas y afectivas. En su
capacidad de alterar las delimitaciones entre lo
viviente y lo muerto, el cadáver introduce una
reconfiguración de las relaciones entre cuerpos,
espacios y temporalidades, al tiempo que
evidencia las formas en que las violencias
extremas encuentran en él el lugar de
corporalización y confrontación. Advirtamos
que prácticas como as búsquedas de cadáveres,
las exhumaciones y la restitución de identidades
reflejan cómo la necrofratría toma forma en
actos de resistencia, donde los muertos, lejos de
quedar confinados al silencio o a la desaparición
Arturo Aguirre Moreno
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